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Gestión en Salud y Seguridad Social • ISSN: 2215-6216 • Vol. 2 (1): e197, Enero-Diciembre, 2023
(Publicado Dic. 06, 2023)
que el número de casos por año hasta esa fecha se mantenía
igual y se mencionó que se han reportado casos en las siete
provincias de Costa Rica (4). A pesar de que esta información
puede resultar positiva, es probable que esta enfermedad se
encuentre subdiagnosticada y su frecuencia subestimada,
por no ser una enfermedad de reporte obligatorio o de vigi-
lancia epidemiológica; además de que en las regiones donde
se presenta, por cuestiones socioculturales, la población afec-
tada no considera la atención médica como primera opción
y cuando tiene la oportunidad de recibirla, el diagnóstico no
se realiza con facilidad. De ahí que la Organización Mundial
de la Salud (OMS) la considera como una de las enfermeda-
des tropicales desatendidas, junto con el micetoma y otras
micosis (12).
A nivel clínico, una de las características principales de
la cromoblastomicosis es que compromete tejido cutáneo y
subcutáneo (10), principalmente de las piernas, como en el
caso antes presentado, las extremidades superiores y otras
áreas expuestas al trauma; y no suele invadir músculo ni
tejido óseo y no forma fístulas. Por lo general, los pacientes
refieren no sentir dolor, prurito ni ardor. Las lesiones son asi-
métricas y localizadas, pero pueden diseminar a través de los
vasos linfáticos (4). Las lesiones granulomatosas que se desa-
rrollan son de lenta evolución, y con el tiempo progresan a
hiperplasia de tejidos epidérmicos (1).
La enfermedad inicia como una pápula o nódulo erite-
matoso, pequeño, unilateral, pruriginoso, doloroso o asinto-
mático, que se extiende lentamente por contigüidad a la piel
adyacente (5). Las lesiones van avanzando hacia una placa
eritematosa con o sin descamación o ulceración, y con bor-
des tan bien definidos que puede asemejar una tiña o una
psoriasis. Posteriormente, la placa se extiende de manera
centrífuga y toma un aspecto verrucoso o papilomatoso. En
los meses y años siguientes pueden desarrollarse lesiones si-
milares en la misma zona o en áreas adyacentes. Las lesiones
se curan con cicatrices atróficas y áreas acrómicas, aunque no
es rara la formación de queloides (1).
La clasificación clínica actual se basa en la morfología
de las lesiones, siendo la forma nodular la presentación clíni-
ca más común (40 %), seguida por la verrucosa o vegetante
(26%); y menos comunes las formas linfangítica (esporotri-
coide), tumoral, cicatricial y mixta. Estas formas clínicas co-
rresponden a distintos estadios de la enfermedad y pueden
observarse al mismo tiempo (2, 4).
Una complicación grave de esta entidad es que su poten-
cial de transformación maligna puede hacer que evolucione
a carcinoma epidermoide (10, 13).
Al momento de su estudio, se debe hacer un diagnóstico
diferencial con las siguientes patologías: tuberculosis verru-
cosa, leishmaniasis, esporotricosis, lacaziosis, tiña del cuerpo,
sífilis secundaria, micetoma, coccidiodomicosis y elefantiasis.
También debe hacerse con algunas entidades no infecciosas,
como carcinoma epidermoide, psoriasis o sarcoidosis (14, 15).
El diagnóstico de laboratorio, por su parte, resulta funda-
mental para el diagnóstico etiológico de la enfermedad. Este
se realiza mediante un raspado de las lesiones de la piel afec-
tada, como costras o exudados, haciendo uso de un bisturí
estéril y sin filo (4, 15). La muestra obtenida se mezcla con
KOH al 10 %, con el fin de observar las esferas micóticas, que
tienen un tamaño entre 4 y 14 micrómetros de diámetro, con
paredes gruesas, de coloración marrón o café, con una doble
membrana y un tabique central. A estas esferas se les conoce
como talo fumagoide y se asemejan a granos de café al ob-
servarlos mediante microscopía de luz. Además, en muestras
muy superficiales se pueden observar hifas pigmentadas, ra-
mificadas y septadas, que son producidas a partir de la germi-
nación de las células (2, 9).
Se debe recalcar la importancia de un buen examen di-
recto y la correcta identificación del talo fumagoide, ya que
de lo contrario se puede confundir la cromoblastomicosis
con una feohifomicosis (9).
Paralelamente, se realizan dos cultivos en el laboratorio
de micología: el primero, en medio enriquecido con Sabou-
raud glucosado, además de cloranfenicol y gentamicina; y el
segundo, en medio altamente selectivo hecho con agar ci-
cloheximida. Luego de dos semanas de incubación a 30 °C,
se obtienen colonias vellosas, aterciopeladas, de coloración
verde oscuro o negras (4, 16). Ambos cultivos micológicos
permiten estudiar a la especie fúngica tanto en la macrosco-
pía como en microscopía.
Hasta el momento, el tratamiento de esta infección no
está bien definido y no existe un esquema farmacológico es-
tandarizado; sin embargo, la mayoría de los reportes refieren
mayor tasa de éxito al aplicar una terapia combinada de terbi-
nafina con itraconazol (13, 16). También se han utilizado múl-
tiples agentes con tasas variables de éxito, como calciferol,
yoduro de potasio, 5-fluorocitosina, ketoconazol, fluconazol
y anfotericina B (5, 13). Los fármacos pueden administrarse
individualmente, pero está demostrado tener una mejor ca-
pacidad terapéutica si se utilizan en conjunto (2).
Cuando las lesiones son pequeñas, se recomienda com-
binar la cirugía con la terapia antifúngica. Los antifúngicos se
administran antes de la cirugía para reducir el tamaño de la
lesión y después de la cirugía para evitar recaídas (14).
Adicionalmente, se reportan terapias alternativas, como
la criocirugía (16), en especial cuando las placas verrucosas
son muy severas, y la termoterapia. Esta última tiene la ven-
taja de que el riesgo es muy bajo y el costo económico no
es alto; no obstante, solo es útil en casos donde las lesiones
están muy localizadas (4, 2).
Si se extiende y/o agrava el cuadro, puede ser necesario
proceder con la amputación del segmento o extremidad le-
sionada (14).