La historia de el cáncer de próstata se remonta a unos doscientos años atrás. Se reportaron casos esporádicos de esta enfermedad en 1817 cuando Langstaff describió lo que se conocía como tumores fungantes, que frecuentemente eran realmente metástasis (1). El examen histológico no era todavía de uso clínico, de manera que el diagnóstico se hacía en esa época por la apariencia macroscópica durante el momento de la autopsia. Beling de Alemania describió detalladamente un caso de un cáncer de próstata en un militar de 52 años quien murió de pionefrosis bilateral debida a obstrucción ureteral por una masa pélvica infiltrante que se originaba en la próstata (2). El cirujano francés Tanchou observó que solo 5 de 9.118 muertes por cáncer en la década entre 1830 y 1840 en París y sus vecindades se debían al cáncer de la próstata (3). Walshe publicó un libro en 1846 en el cual se decía que esta era una enfermedad rara, citando ocho casos que se habían acumulado en la literatura mundial (4).En 1849 Brodie, un ex presidente del Colegio Real de Cirujanos, describió dos casos de cáncer de próstata.(5) Uno de estos hombres se presentó con dolor tipo ciático y el otro con dolor lumbar y paraplegia. En ambos casos la próstata era pétrea a la palpación pero en esa época no se pudo confirmar el diagnóstico con una biopsia.
El primer caso de cáncer de próstata establecido con examen histológico se reportó en 1853 por Adams, un cirujano del Hospital de Londres, quien lo reportó a la Asociación Real Médica y Quirúrgica de Londres. (6). Se trataba de un hombre de 59 años con un tumor escirroso de la glándula prostática con afección de los ganglios pélvicos quien murió tres años después de la presentación de sus síntomas y Adams afirmó que se trataba de una enfermedad muy rara y un patólogo experto lo confirmó con examen histológico en el momento de la autopsia.
En los próximos
cuarenta años se reportaron sólo casos ocasionales de cáncer
de próstata. En 1893 Whitney de Massachusetts revisó
la literatura mundial encontrando solo 50 casos reportados (7) y unos años después Wolff describió
67 casos recolectados de la literatura germánica, inglesa y francesa
(8). Sin duda esta enfermedad permaneció sin ser
reconocida hasta el comienzo del siglo pasado, cuando la prostatectomía
practicada para la uropatía obstructiva por crecimiento prostático
se hizo un procedimiento de rutina y se examinaron las piezas con histología.
Antes de este tiempo, no se diferenciaba entre hiperplasia benigna y el
cáncer de la próstata como causas de obstrucción prostática.
En 1898 Albarrán y Halle hicieron un estudio histológico de
100 próstatas grandes e identificaron cambios malignos en 14 (9), mientras que Freyer reportó cáncer en 1
de 10 piezas de prostatectomía (10).
En 1896 Harrison afirmó
que el cáncer progresivo de la próstata imitando algunas características
de la hipertrofia era mucho más común de lo que se creía
(11). Él creía que ni la castración
ni la vasectomía eran de ningún beneficio en su tratamiento.
Él efectuó una de las primeras operaciones para el tratamiento
del cáncer de próstata en 1885, cuando enucleó una
masa tumoral por vía perineal (12). En 1889 Stein
reportó que en 1867 Billroth había efectuado la primera extirpación
radical de una próstata cancerosa (13) Stein
también describió 3 casos de una prostatectomía completa
que él había hecho para tratamiento de cáncer usando
una vía combinada abdominoperineal. En 1898 Fuller hizo una prostatectomía
completa con resección del cuello vesical con un abordaje abdominal
(14). Estos procedimientos no tuvieron mucho éxito
porque probablemente la enfermedad estaba muy avanzada al momento de la
cirugía.
Young de el Hospital de Johns Hopkins desarrolló la técnica para la prostatectomía radical perineal en 1905, cuando reportó sus primeros 4 casos (15). Inicialmente la prostatectomía radical se hizo con fines paliativos pero después, con un diagnóstico más temprano y con el avance en los métodos de estadiaje de la enfermedad se hizo que se convirtiera en el tratamiento aceptado de preferencia, para la curación de la enfermedad. En 1931 la resección transuretral de la próstata se volvió disponible y se adoptó rápidamente como el mejor método para paliar el cáncer obstructivo. En 1947 Millin introdujo la prostatectomía radical retropúbica (16). En Costa Rica, el Dr. Claudio Orlich Castelán, quien revisa aquí este tema histórico, efectuó la primera prostatectomía retropúbica radical hecha en el país en 1979 en el Hospital San Juan de Dios, después de regresar de su especialización en la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota en los Estados Unidos (17). En 1983 Walsh modificó la técnica con la ligadura del complejo venoso dorsal y con la identificación y preservación de los paquetes neurovasculares que conservan la función eréctil (18).
En 1895 Roentgen descubrió los rayos X (19) y 3 años después Curie describió las propiedades del radium (20). La radioterapia se usó inicialmente solamente para aliviar el dolor causado por las metástasis pélvicas óseas, ya que no tenía suficiente penetración para alcanzar la próstata (21). En 1909 Minet de París colocó un tubo de radium en un catéter para irradiar un caso de cáncer de próstata (22) y en 1913 Pasteau y Degrais reportaron una curación de tres años usando este método (23). Subsecuentemente Desnos implantó radium directamente dentro de la próstata por vía perineal (24) lo que marcó los primeros pasos de lo que se conoce hoy día como braquiterapia, y Bugbee de New York implantó agujas de radium dentro de la próstata por vías perineal y suprapúbica (25). Sin embargo después de 1941 el uso de la radioterapia perdió importancia con el descubrimiento de que la Ablación androgénica era efectiva en el tratamiento del cáncer de la próstata (26). No volvió a ganar popularidad hasta los años 1950' s cuando se desarrollaron nuevos radioisotópos para inyección y cuando se desarrollaron la teleterapia con cobalto y las máquinas de aceleradores lineales. La génesis del concepto de la ablación de la testosterona para controlar el progreso de la enfermedad prostática se remonta tempranamente a los estudios de John Hunter y se derivó de sus estudios comparativos anatómicos de la anatomía de pájaros y otros animales (27). Él extendió sus observaciones para demostrar una conección directa de los testículos y los órganos sexuales secundarios al estudiar los efectos de la castración.
En 1847 Gruber describió la atrofia de la próstata en un hombre de 65 años al que se le había hecho una castración en su juventud (28) y en 1859 Bilharz de Berlin notó la atrofia de los órganos genitales en dos eunucos de Etiopía (29). Estas observaciones fueron confirmadas por el cirujano Pelikan de San Petersburgo, el cual en 1875 escribió un ensayo acerca de los Scoptsy, una pequeña secta religiosa rusa que practicaban la castración como un método de promover la abstinencia sexual en estos puritanos religiosos (30). Él observó que las próstatas de los eunucos eran del tamaño de las de los niños y se hizo las preguntas acerca de que si esta evidencia hacia creer que la castración causaba desaparición o disminución del crecimiento de la próstata y de ser así si esto podría usarse como tratamiento de la obstrucción causada por la próstata. En 1889 Griffiths de la Universidad de Cambridge estudió extensamente la glándula prostática en humanos y en los animales y los efectos de la castración sobre ella (31), confirmando las observaciones de Hunter (31).
En 1893 White un cirujano de Filadelfia escribió una tesis acerca de la próstata (32), él se preguntaba si la extirpación de los testículos afectaría el sobrecrecimiento de la próstata en la misma manera que la extirpación de los ovarios disminuía el tamaño de los fibromas uterinos. Se castraron unos perros y se les hizo autopsia y se encontró la atrofia de los elementos glandulares y de las fibras musculares y una disminución de 8 veces el peso de la próstata después de 72 días. Basado en estas observaciones White recomendaba la castración para el tratamiento de la obstrucción causada por la hipertrofia prostática. En ese entonces no se hacía distinción entre el crecimiento benigno y el cáncer. Guyon de Francia recomendó la vasectomía en vez de la castración y afirmaba que causaba buenos resultados en algunos pacientes (33). Albarrán y Metz recomendaban ligar los vasos del cordón espermático para causar atrofia testicular como alternativa a la castración (34).
Comenzando en 1905 experimentos en animales establecieron la relación entre la glándula pituitaria y el testículo así como sus efectos sobre la próstata. En 1935 Dening de Yale reportó una disminución de cuatro veces el tamaño de la próstata en monos después de su castración pero afirmó que esto no tenía efectos sobre la hiperplasia benigna en humano (35). En 1938 Moore y McClellan vieron que las inyecciones de estrógenos producían atrofia del epitelio prostático pero no tenía efecto sobre la hiperplasia fibro muscular en la hiperplasia prostática benigna (36).
El mayor descubrimiento de lo efectos dramáticos de la castración y de la administración de estrógenos sobre las células del cáncer de próstata fue hecho por Huggins de la Universidad de Chicago en 1941 (37). Este hallazgo hizo que él ganara el Premio Nobel. Él se interesó en las secresiones prostáticas y estableció un método experimental nuevo para el aislamiento de la próstata a largo plazo en perros, para medir las secresiones y cuantificar el efecto d varios cambios hormonales (37) Ellos incluyeron la castración y 1a administración de estrógenos, que resultaron en el cese de las secresiones prostáticas y en atrofia celular. Estos hallazgos fueron revertidos con la administración de andrógenos. Estudios en perro viejos con crecimiento prostático demostraron que la castración o 1a administración de estrógenos causaban un encogimiento rápido de los tumores prostáticos caninos (38). Él investigó luego el efecto de la castración en hombres con hiperplasia prostática benigna (39). Se hizo una orquidectomía antes de una adenectomía prostática en 3 pacientes. Huggins observó que la atrofia no estaba presente 29 días después de la castración pero sí se presentaba después de 86 y 91 días. Curiosamente su segundo paciente tenía evidencia clínica de cáncer de próstata con induración extensa pétrea en el lóbulo izquierdo y con metástasis pélvicas. Después de 86 días de haber sido castrado la induración en el lado izquierdo había disminuido y se pudo hacer una enucleación prostática. El examen histológico mostró atrofia epitelial sin evidencia visible de cáncer en la pieza. En 1941 Huggins y Hodges, efectuaron los clásicos estudios en 8 pacientes con cáncer de próstata y metástasis óseas para determinar los efectos de la castración y de la administración de estrógenos en la elevación de las fosfatasas ácida y alcalina (40) y se dieron cuenta de que la medición de la fosfatasa ácida daría un método para medir los efectos de la depravación androgénica en las células de estos pacientes y concluyeron que la castración llevaba a una rápida disminución de la fosfatasa ácida.
Interesantemente, 6 años antes en 1935 Young, quien había desarrollado la técnica de la prostatectomía perineal radical, había reportado en dos de sus pacientes a los que les había hecho castración la falta de mejoría clínica después de ella (41). Más o menos al mismo tiempo Munger de Lincoln, Nebraska reportó 11 hombres con cáncer de próstata avanzado a los que se les había irradiado los testículos al mismo tiempo que se les había hecho una resección transuretral paliativa, notando una sobrevida prolongada (42).
Durante los siguientes 50 años Huggins reportó más de 230 artículos científicos, la mayoría sobre los efectos hormonales en el cáncer de próstata. En 1966 el compartió el Premio Nobel en Fisiología y Medicina con Rous, quien había desarrollado el primer tumor sólido inducido viralmente en animales que se llamó el sarcoma de Rous en las gallinas. Huggins y Scott subsecuentemente demostraron que el retiro de los esteroides androgénicos extragonadales con la adrenalectomía bilateral disminuiría aún más los síntomas del cáncer de próstata en algunos casos después de que los efectos de la castración habían desaparecido (43).
Durante los
últimos 100 años la prevalencia de cáncer de próstata
ha aumentado dramáticamente. Rara vez diagnosticado o reconocido en
el siglo XIX, es actualmente el cáncer más frecuente en el
hombre. Hay varios hechos que explican este cambio. La expectativa de
vida en el siglo XIX era de menos de cincuenta años comparada con la
de 75 años hoy día. La incidencia más alta del cáncer
de próstata se encuentra entre los 60 y los 80 años, de manera
que antes de 1940 la mayoría de los hombres no vivían el tiempo
suficiente para desarrollar la enfermedad. Aún más, la distinción
entre la enfermedad benigna y cáncer como causas de uropatía
obstructiva baja no estaba bien definida hasta principios del siglo pasado,
cuando se empezaron a hacer las prostatectomías de rutina y el examen
histológico de las piezas demostró que tenían una incidencia
de cáncer del 10 al 15 %, igual a los hallazgos de hoy día.
También, ha habido un marcado aumento en la detección temprana
del cáncer de la próstata debido al uso de la biopsia preoperatoria,
al advenimiento del antígeno protático específico y a
la mejoría de los niveles de atención médica en la población
general, incluyendo a los negros. Hoy día la mortalidad por
esta enfermedad ha disminuido debido a este diagnóstico temprano.
Bibliografía
* Servicio de Urología. Hospital San Juan de Dios, San José, Costa Rica.