SECCIÓN
LITERARIA
El aneurisma
Dr. Teodoro Evans Benavides
Neurocirujano
Ganador del Premio por
Costa Rica,
Cuento Centroamericano,
1998
Compañía
Menarini.
Pablo Neruda: Chile fue
creado por un poeta.
Vicente Moya, se había
graduado, recientemente de neurocirujano. Había cursado seis
años bien traqueteados en el Hospital Monte Pinar, en la capital santiaguina.
Para ese entonces había médicos taxistas, vendedores de seguros,
de libros y de verduras y de chances y lotería, y no quería
eso para su familia moyina.
Ahora tendría
que irse muy lejos, bastante lejos, allá en las llanuras de la provincia
de Endenantes. Obligado a empezar, a construir el camino y darse a conocer
con los llaneros; gente patagónica, ganadera, difícil, campechana,
gustadora del pisco y pendenciera. Y como si fuera poco, a aguantar
el calor de los meses de abril y mayo, y los aguaceros e inundaciones de
octubre setiembre y los friíllos invernales.
Pero ahora ya estaba
bastante solo a mil quinientos kilómetros a sur de la capital.
En aerolíneas Del Condor eran casi tres horas trepando montañas,
mareado y volando ríos y valles de indios- paracuatá.
Bastante trabajo le costó convencer a Rosita, su primorosa esposa
capitalina, bien coqueta y emperifollada, con su cursi desdén, llevarla
tal vez a "comer mierda con cucharita por un tiempo, .... largo......
Y ahí estaba en
la ciudad de Cuatro Cruces, calles adoquinadas, el centro con su plaza, cantina
y la iglesia de Cristo, y un hospital bastante primitivo, sin la tac, y con
un equipillo de rayos, recién pintado, pero con fluoroscopia.
Con mucho entusiasmo se disponía enfrentar mañanas con frío
y largas noches henchidas de estrellas blancas.
Unas cuatro salas de
operaciones y dos médicos anestesiólogos y dos técnicos,
una salita de cuidados intensivos, que más bien parecía de
descuidados intensivos. Le cogía una ansiedad en el estómago
que le brincaba como un pleito de gatos, como buscando algo más.
De hace mucho tiempo
estaba el neurólogo quiteño Gaspar Moe, un poco alocado y con
la cabeza cubierta de canas de experiencia y mañas y con un gran
colmillo de elefante, conocedor de aquellos desconfiados
cuatrocruceños,
ensimismado,
raro, amante del buen vino de la región, buen lector.
Luego de algún
tiempo de muchas luchas y trabajos, Chente trabajaba duro y socado y sucedió
que allá muy lejos en la montañas de la Sierra Blanca, vivía
Cupertino Martínez, gordo, viejo, hipertenso, fumador, tomador y jugador,
y por más decirlo enamorado, trepador de enaguas. Aquella noche
de junio mientras correteaba a Jacinta, la criadita veinteañera, para
finalmente hacerla víctima de sus pasiones de potro brincón,
padrote, campechano y violento, le vino lo peor, que hijuepucha dolor de
cabeza, que atarantazón, ¡que vomitadera, qué había
pasado, -¿Sería el vaticinio cumplido, de su confesor el padre
Benito al caer en pecado mortal... nuevamente?
Pero qué mareazón,
será que iba a morirse, y como pudo salió gritando la Jacinta,
y se armó el bochinche en el rancho Las Espuelas, gritos, maracas
y trompetas, todos corrían brincaban y lloraban, hasta la matrona
Doña Chica, su fiel esposa, pobrecilla con el rosario y las avemarías
en sus manos, curtidas, iba de lado a lado volando la enagua. Y lo
sacaron en carretas, "sudao y miao", con la adrenalina brotándole
por todos los poros, oloroso a noche apasionada. Llegaron hasta el
camino cercano y luego en camioneta, viaje ingrato traqueteado y oscuro,
brincando colinas y ensenadas.
Habían llegado
al amanecer a Cuatro Cruces y se fueron al Hospital del Retiro, ahí
lo recibirían los de emergencias, y al ver que el cuello estaba tieso,
bien pensaron en una hemorragia meníngea y cogieron el teléfono
para llamar al doctor Chente, porque el doctor Moe dormía los vinos,
quesos y las panochas de la noche anterior. Se quitó las lagañas
de la penumbra, se tomó un mate y se fue rápido a atender a
su paciente que gritaba del dolor.
¿..... Híjole,
y ahora que hago?... Aquel don tenía un aneurisma roto probablemente,
más que la rotura había sido con malacrianza, -oh viejo más
mañoso-, pensó Chente, daba tristeza ver al semental caído,
revolcándose en la llanura como caballo viejo herido.
Pero estaban muy lejos
de Santiago, los Andes nevados y las aerolínea en huelga.
Tenía que afrontar
a güevo el caso, -Bueno llámame al Doctor Venicio, el anestesiólogo
y le haré una angiografía de una placa al menos, y le hizo
una angiografía carotídea bilateral, a como pudo cogió
las endurecidas carótidas en el cuello con agujas de Cournard, de
una placa con fases, echándole el medio de contraste., y entre una
y otra se asomó un aneurisma, bastante floreadillo y copetudo, en
relación con la comunicante anterior, bien sentadito ahí justo
frente a la sustancia perforada anterior, abajito del diencéfalo y
las perforantes se asomaban pincelantes, el aneurisma besando el quiasma
óptico y sin espasmo, tenía suerte el condenillo. Y hacerle
la tac ni pensarlo, esas eran dominicales, malas palabras en el municipio,
no tendrían tac ni en un quinquenio y resonancia ni sacando a la cimarrona
municipal a tocar en la plaza de continuo.
Ya había llegado
Mafalda, la enfermera instrumentista al Hospital, la gordita bonachona, siempre
atenta y que le regalaba a veces algún bocadito y empanadas calientes,
a Chente entre cirugía y cirugía.
Recordó que tenía
un aplicador y dos clips arteriales uno recto y otro curvo y nada más.
Y ahí a trompicones
se alistó la craneotomía, con trépano manual y sierra
de Gigli y mucho entusiasmo, por ahí tenía unas lupillas para
poder ver más grandes las estructuras, y microscopio ni en sueños.
-Pero Venicio no seas
tan cabrón mal amigo-, bajá el cerebro que se me está
saliendo del cráneo como pasta colgate, hay edemas- y luciérnagas
y entre carreras y tropezones puso a calentar el manitol y se lo pasó
por la vena y algunos esteroides que por ahí estaban, mejoró
el cerebrillo, gases arteriales ni para la próxima primavera, ya estaba
orinando más, se llenó la bolsa colectora.
Y ahora qué hago
Dios mío si es mi primer aneurisma solito en las llanuras, y disimulaba
la temblorina que le estaba agarrando, le titiritaban las manos, y un sudor
frío como los témpanos australes le corría hasta la
hendija inferior de la espalda.
Mamita, papito, Tatica,
Virgen del Socorro, ayúdame, musitó quedamente, y empezó
a separar el cerebro brincón, turgente como la boca de sapo, y rojo
como el capote de la corrida madrileña.
Tengo que lograrlo, pobre
don Cupertino, llamado el Tino, tenía tantos hijos reconocidos y de
los naturales, regados por los caminillos y veredas de su finca, y ahí
afuera estaría Doña Chica su fiel compañera, mapuche
pura, la condenada, entre sollozando, y desmenuzando padresnuestros y avemarías.
Escuchaba allá
como muy quedo, el charango, la quena y las flautas y el arpa paraguaya,
pero la melodía eran de las brisas coquetas, que descendían
de los Andes, orgullosos, siempre apuntanto al cielo, llenos de canas fría,
coronando volcanes las eternas nieves, brotando en sus entrañas lagos
azulados, esa era su tierra la tierra del desvalido, del oprimido del desaparecido,
de aquél coronel desgraciado pinocho Mipochet, y muy lejos hacia el
polo austral, brotaban las islas del Chiloé en dirección a
las Torres del Payne y más al sur el fin del mundo, los témpanos
polares.
Cómo ansiaba estar
en la capital, en aquellas salas principescas del Hospital Libertador, azules,
con aire acondicionado, con microscopio, con neuroanestesiólogos,
con una respetable sala de cuidados intensivos, con resonancia, con angiógrafo
digital, con todos los aderezos deseados y por desear. Pero eso había
quedado muy atrás, muy atrás y ahora solito, tenía que
darle cuentas a Tatica de ese gordiflón conectado a la máquina
de Venicio, en paso de muerte.
Recordaba a sus maestros
y a los otros ya idos.... Krayenbull, Dandy, Yasargil, Olivecrona,
Drake....... entre tantos que brotaban en su memoria.
Del lóbulo temporal
le nacieron algunos recuerdos musicales, Mozart, la Sinfonías de Juventud,
tan ricas, tan candorosas, tan actuales, Rembrandt, Murillo, Degas, Cezanne,
Gaugin, Amighetti, y revoltosos como lo eran esas espirales multicolores
mitigaban su angustia.
Separando poco a poco
el ya mejorado cerebro de Tino, se iba acercando al nervio óptico
derecho, y a la carótida, y empezó a succionar con el aspirador
fino el líquido cefalorraquídeo cisternal, y las cosas se fueron
facilitando, el ayudante un interno de la U le estaba auxilando bien.
Mirá poneme las gafas y la lámpara frontal, un reliquia que
era de los otorrinos, de esas que calientan las ideas y te producen cefalea.
Y disecando la carótida
poquito a poco, volvió el trepidar de la parkinsonina, y el caldo
le cayó por la espalda, pero qué me pasa si Dandy hizo algo
similar y le pasó un hilo de seda y ligó el aneurisma, se envalentonó,
siguió el curso de la carótida, por ahí la oftálmica,
cundidas como rosarios de placas de ateroma, por acá la comunicante
posterior y ya veo la bifurcación, la silviana y la cerebral anterior,
iba bien por la avenida central, que contentera.
Se acercaba a la comunicante
anterior, naditica de espasmo, y de pronto imperioro, huracanado y multilobulado
vió al aneurisma su reto.
La calma lo acompañaba,
recién empezó a caer un poquito de lluvia y recordó
los compases de la Sinfonía Heroica, la tercera de Beethoven, el concierto
para arpa de Ginastera y algunos compases de Bach. Con finos movimientos,
continuó la microdisección buscando el cuello de aquél
amigoenemigo, el silencio eterno rodeaba la sala y le permitió concentrarse
profundamente en salvar la vida de Tino. Dáme el clip y bien
montado viajó a su mano segura ahora, ahí estaba el cuello
del mismo y acercó la pinza aplacador con el clip montado, y con las
puntillas del mismo lo introdujo para disecar y apretarle el cuello, Tatica
acompañame, y soltó la pinza con delicadeza, y el clipsillo
se acomodó estrangulando el cuello en forma magistral.
Un nido de tranquilidad
y agradecimiento, lo llenó en ese momento, de paz de satisfacción,
porque sabía que existía más de una mano acompañando
esas finas maniobras. Los vasos proximales y distases estaban permeables,
el cerebro bastante bien, cerró cuidadosamente la herida inflingida
y la recuperación de Tino fue buena, ya temeroso no irá a corretear
las faldas, mas que su alma para que la pena en la otra vida fuera reducida.
Volvió a misa los domingos y tomaba algunos cabernet sauvignon con
el cura de pueblo.
Chente, creció,
pasó, envejeció, y trabajó en forma ejemplar en esas
apartadas llanuras, en donde todo cambió con el paso de muchos, muchos
inviernos y primaveras....
Se yergue imponente en
la Patagonia, señalando al cielo, el Volcán siempre nevado
Osorno ..........
Buda: haz el bien y recibirás el bien