SECCIÓN LITERARIA



Un Juicio médico en el Siglo XX

Dr.  Rodolfo Alvarado Herrera



Había decidido relatar esta vivencia como si fuera un sueño de tantos que tiene un en su memoria y guardarme, muy en secreto, los detalles que confirman, sin lugar a dudas, que la reunión a la que asistí tuvo real vigencia en el anfiteatro del Hospital México.  La trascendencia mundial que me parece acompaña el espeluznante evento, me ha hecho cambiar de actitud.

Todos los médicos participantes, con la excepción mía, tenían dos cosas en común: una, sus logros científicos más sobresalientes fueron en el campo de la fisiología de la circulación; la otra, todos habían fallecido dentro del milenio que recién terminó.

La historia comienza una noche de los últimos días de octubre de mil novecientos noventa y nueve; termina con una reunión impresionante en el auditorio del hospital México.  Los motivos, la forma en que se llevó a cabo y los personajes participantes, convirtieron el evento en el cónclave más importante del siglo.  Para mí, fue la experiencia más aterradora que he vivido.  Con sólo recordarla se me estremece la piel y los vellos de mis brazos adquieren vida propia.  Un temblor incontrolable, que, con los días he ido dominando, me dejaba, hasta hace poco, postrado cada vez que recordaba el acontecimiento.  A riesgo de que puedan muchos dudar de mi salud mental, relataré los hechos tal como sucedieron.  Así hacerlo, fue un compromiso adquirido previamente.  Fui convocado por ser médico y por haber demostrado cierta facilidad para el relato escrito.  Mis logros científicos, comparados con los de los otros participantes, no merecen mención siquiera, y claro, no fueron factor que influyera en la invitación.  Cumplo hoy con mi promesa de reseñar lo que yo, posteriormente, he considerado fue "el  juicio del milenio".

Un lunes de octubre -creo que el último- bien entrara la noche, después de un agotador día de trabajo llegué a mi casa buscando el anhelado reposo.  La lluvia persistente y la falta de luz en el poste del alumbrado, no me permitieron distinguir al individuo que me esperaba en la puerta.  Cuando bajé de mi automóvil se me hizo evidente su presencia: era un hombre de cara redonda, nariz aguileña, ojos penetrantes e inteligentes.

Ostentaba una espesa barba blanca y abundante cabellera del mismo color.  Un sombrero en forma de hongo y un sobretodo negro le daban el aspecto de un profesor europeo del siglo XIX.

-Mi nombre es Andrés Cesalpino.  Soy médico de profesión -hablaba en italiano sin ningún acento-.  Se me ha encargado invitarlo a una reunión médica en la que se tratarán importantes aspectos, bastante desconocidos, de la historia de la medicina.

Me pareció recordar el nombre de Andrés Cesalpino y me atreví a preguntar con timidez:

-¿Usted es descendiente de médicos italianos?  

Hay un Cesalpino del siglo XVI, me parece recordar, profesor en Sapienza o en Padua.

-Espero que me acepte sin alarmarse lo que le digo, no tengo alternativa: yo soy el profesor catedrático de Sapienza.

Por un tiempo trabajé a las órdenes de papa Clemene VIII.

-Eso no puede ser- exclamé, indignado.

-Hablamos de historia que no se discute.  Lo que usted cree imposible es el que yo esté aquí, dirigiéndole la palabra, en el siglo XX.  Si su merced acepta como buena la historia, no veo por qué rechazar la realidad que está viviendo.  Tiene que aceptar este planteamiento para poder invitarlo, como testigo, al cónclave médico del que le hablaba.  Si mi presencia lo ha perturbado, su sorpresa será inconmesurable cuando le enumere los colegas que estarán presentes.  En nombre de todos ellos, lo invito.  Sus honorarios, si usted acepta, serán cinco mil florines de oro.  Su compromiso será hacer la transcripción de los hechos, tal como sucedan en la cita.

Su voz me llenó de pavor: ¡sonaba a ultratumba!  No había amenaza en su actitud.  Enmudecí y un escalofrío recorrió mi envés.  Apelé tranquilidad y protección al cielo y sentí cierta calma.  Mi imaginación se desbordó: sospeché un asalto, pero no había mención a nada parecido.  El hombre aquel tenía aspecto inofensivo.

¿Una broma?  La seriedad de su cara y sus modales la descartaban. ¿Un sueño? -me pregunté. ¡Eso tenía que ser!  Acepté de inmediato la alternativa.  Abrí la puerta al visitante y me dije: -No debo dejar que el sueño ofusque mi intelecto.  Seguiré durmiendo hasta despertar.

El trabajo para el día siguiente era abrumador.  No podía perder más tiempo.  Acepté la carta de invitación que me entregó.  Traía su firma y un sello.  En la página interior vi una lista de invitados que no me tomé la molestia de leer.  Recuerdo haber escrito mi nombre en un cuaderno que me presentó.  Lo despedí en la puerta y me apresuré para subir a mi cuarto: pensaba teminar con la pesadilla lo antes posible.

El intenso trabajo de los días siguientes me hizo olvidar el curioso sueño.  No fue sino hasta la noche del dos de noviembre cuando volví a recordar a mi extraño visitante:    llegué a mi casa a eso de las diez pasado meridiano;  busqué los ingredientes para un aperitivo y me senté en la sala con la intención de relajarme oyendo a Beethoven.  Cuando iba a poner la sétima sinfonía, sobre el tocadiscos, vi un papel apergaminado que revivió mi pasado sueño.  Por fuera, debajo del impreso, tenía mi nombre completo y un firma que se leía fácilmente: Andrés Cesalpino, médico.  Desdoblé con temblorosa mano el documento aquel y leí con espanto los nombres de los invitados que asistirían esa misma noche, a las doce, al auditorio del Hospital México:

Andrés Vesalio (1514-1564).  Médico de Carlos V y Felipe II.  Juez y coordinador.

William Harvey (1578-1657).  Médico de Jacobo I y de Carlos I de Inglaterra.  Acusado.

Fabrizi D'Acquapendente (1533-1619).  Médico italiano, insigne anatomista, Demandante.

Andrés Cesalpino (1519-1603).  Médico italiano.  Preclaro investigador de la circulación sanguínea.  Demandante.

Testigos y jurados.

Miguel Servet. (1509-1563).  Médico español graduado en Francia.  Importantes logros en fisiología de la circulación.

Realdo Colombo (1510-1570).  Médico italiano.  Ocupó la cátedra de Vesalio en Padua.  Admirable crítico, excelente médico.

Rodolfo Alvarado (1928-?).  Médico costarricense.  Exjefe Vascular del Hospital México.  Testigo relator.

(Mi nombe estaba escrito a mano y con otro color de tinta)

Después de hacer un análisis detallado de todos los acontecimientos previos, con verdadero terror concluí: la reunión será, indudablemente, fantasmagórica y real al mismo tiempo.  Había comprometido mi asistencia y no podía fallar.

Hice un sobrehumano esfuerzo por controlar mis nervios mientras me dirigía hacia el hospital.  A pesar de ello, un temblor incoercible me agitaba.  Cuando llegué a la puerta del auditorio y me identifiqué, el tono espectral de la queda voz que salió de mi garganta me hizo preguntarme: -¿Estoy vivo todavía?-.  Apelé ayuda celestial para refrenarme.  Me senté en medio de la concurrencia aparentando la calma que no tenía.  Reconocí, cuando los presentaron, a cada uno de los invitados; no así al doctor Realdo Colombo.  De él no recordaba haber visto nunca una foto o leído alguno de sus escritos.

La voz escalofriante de Andrés Vesalio se dejó oir en el recinto:

-Estamos aquí reunidos para lo siguiente: determinar si las quejas de los doctores Fabrizi D'Acquapendente y de Andrés Cesalpino -quienes impugnan los haceres del doctor William Harvey y repudian la "falta de ética" en sus escritos- justifican el haber perturbado en sus moradas de descanso, a tan brillantes personalidades como son todos los presentes.

Vesalio continuó: -Los demandantes alegan que el doctor Harvey, en sus informes médicos sobre la circulación de la sangre, no sólo obvió publicaciones previas sobre el tema, sino que, sin consideración alguna, copió el dibujo de las venas del brazo que unos años antes (mil seiscientos tres), el doctor Acquapendente incluyó en su libro.  La lámina esquematiza la circulación sanguínea venosa en un brazo derecho, tal como se puede ver en la comunicación de Acquapendente.  El dibujo que aparece en el trabajo del doctor Harvey (mil seiscientos veintiocho) es exactamente el mismo, invertido, para sugerir las venas de un brazo izquierdo.  En el texto, este último autor se arroga la descripción primigenia de esa importante parte de la circulación.

El presidente de la mesa mostró ambos dibujos y todos nos acercamos a su lado para confirmar el planteamiento de Acquapendente.  No quedó duda alguna: Harvey había leído el trabajo de Fabrizi, su profesor, y copiado su dibujo.

-Esta primera evidencia es inobjetable- señaló Andrés Vesalio-, dadas las fechas de ambas publicaciones.  Al no hacer Harvey mención al trabajo de Acquapendente, cometió el delito de plagio.  Terminada la sumaria de acusaciones, oiremos la defensa que de ellas haga nuestro colega inglés.

-Tiene la palabra el doctor Andrés Cesalpino, quien ha sido castigado con el olvido histórico, debido a que, según él, sus originales trabajos no fueron citados adecuadamente en publicaciones posteriores y a que su libro, por decisión suya, no se promocionó popularmente.

(He creído conveniente que el lector se entere con exactitud del discurso pronunciado por el doctor Andrés Cesalpino.  Me he limitado a traducirlo, íntegro, del italiano.  Las discrepancias entre mis notas y las palabras del colega, serán exclusivamente debidas a mi deficiencia en el manejo de la lengua de Alighieri.) (N. del relator R. Alvarado)

"-Señor presidente, doctor Andrés Vesalio, estimado colega William Harvey, doctores amigos, Acquapendente, Servet y Colombo.  Estimado doctor Rodolfo Alvarado, nuestro invitado viviente y futuro compañero: acepté la sugerencia del doctor Acquapendente para promover este evento porque es un hecho: por casi cuatrocientos años, he sufrido el olvido histórico.  A pesar de haber acumulado durante mi carrera científica suficientes méritos como para ser recordado como uno de los descubridores de la circulación de la sangre, la realidad es otra.

No me presento a este foro con la intención de acusar al ilustre colega William Harvey, a quien tengo en alta estima.  El doctor Harvey tuvo grandes méritos y fue el primero de nosotros que pudo comprender la circulación sanguínea en su totalidad.  Tuvo, además, la paciencia de revisar, analizar, resumir e interpretar el total de las publicaciones que sobre el tema existían.  A su vez, sus importantes descubrimientos le permitieron unir sus observaciones con las de todos nosotros y elaborar un verdadero texto sobre la circulación de la sangre.  El hecho de que por involuntario error de su parte, no se haya dado el reconocimiento a nuestro aporte, no debe ir en detrimento de su trabajo.  Yo creo en que la fama del doctor Harvey debe seguir incólume.  Espero, eso sí, que antes de terminar este milenio, se nos reconozca lo que hicimos los aquí presentes, en pro del conocimiento de la circulación humana.

Es un hecho el de que mis trabajos han sido relegados al olvido.  Mi nombre no aparece en las enciclopedias inglesas.  Son muy pocos los libros americanos de historia médica que me mencionan.  Para el mundo, poco ha valido el reconocimiento que se me hace en Italia y en España.  Mi nombre y el de otros tantos colegas que deberían estar en pedestal aparte, junto al doctor Harvey, terminarán desapareciendo, si es que no logramos corregir el error.  Para el milenio tercero, que prácticamente ha llegado ya, aspiramos a un justos reconocimiento de nuestra labor en el campo de la medicina.

No os molestaré mencionando los trabajos científicos y filosóficos que he publicado.  Todos los presentes los conocen.  Solamente quiero recordarles que mi concepción de la mecánica cardíaca es la misma que se tiene hoy, en el siglo XX.  Mis conceptos de cómo se realiza la renovación de la sangre en el pulmón, de cómo la sangre sale del corazón derecho en las arterias pulmonares y se devuelve del pulmón al corazón izquierdo en las venas son, con mínimas variantes, los mismos que hoy se aceptan como correctos.  Todo lo que he dicho puede leerse en mi libro -del que aquí tengo una copia-, publicado casi sesenta años antes del que editó el doctor Harvey sobre el mismo tema, -del que aquí tengo, también, una copia-, y que fue el que le dio reconocimiento eterno".

Andrés Cesalpino se acercó a la mesa de la presidencia y le entregó ambos libros a Vesalio.

-Los aporto como evidencia -le dijo-.  Agradezco a todos el haber asistido a esta reunión y espero en Dios que nuestro invitado especial sea capaz de convencer a sus colegas coetáneos de la veracidad de lo que aquí se ha expuesto.  Muchas gracias.

Habló luego Miguel de Servet y recordó que desde mil quinientos cincuenta y tres, él, antes que nadie, reportó con absoluta seguridad que el tabique entre corazón derecho e izquierdo no estaba perforado.  Contradecía así a Galeno y se adelantaba setenta y cinco años a la publicación de William Harvey.

El doctor Realdo Colombo confesó que por ignorar el descubrimiento hecho por Servet, creyó ser el primero en afirmar que el tabique cardíaco no estaba perforado, como o había asegurado Galeno.  Recalcó que fue él quien dijo por primera vez que la arteria venosa no llevaba aire, sino sangre.  Subrayó también el hecho de que William Harvey conocía su libro (Harvey cita a Colombo), pero que evitó referirse a los puntos claves e importantes que en él se mencionan.  Al no hacerlo, Harvey permitió que el gran público le diera méritos por una gama de descubrimientos ya realizados por otros, en algunos casos, hasta setenta y cinco años antes.  Colombo insinuó que Harvey, deliberadamente, creó la confusión que sobre el tema impera en el mundo  entero.  Terminada la intervención del doctor Colombo, se escuchó de nuevo la aterrorizante voz de Vesalio:

-Oídos los reclamos, tiene la palabra el doctor William Harvey.

El famoso inglés de Folkestone se puso de pie.

-Estimados coelgas -el eco de su profunda voz me estremeció-, en los últimos trescientos cuarenta años he meditado con frecuencia sobre los temas que han sido el móvil de esta reunión.  He esperado pacientemente la oportunidad que se me presenta ahora para corregir errores, y pedir disculpas por ciertos procederes.  Quiero explicar en detalle las razones que me llevaron a error en cuanto a la primicia informativa de algunos descubrimientos médicos.  Al maestro y amigo Fabrizi D'Acquapendente debo mis excusas.  El hecho de que su original dibujo apareciera más tarde en mi libro, sin la información respecto a su procedencia, tiene su explicación: le pedí a un alumno dibujar el sistema venoso del brazo tal como había yo confirmado que era, y él me entregó el dibujo que ustedes conocen.  Cuando varios años más tarde, mi alumno confesó el plagio que había hecho, el libro contaba con varios años de publicado y nunca encontré el momento para corregir el error.

Hoy, humilde y verdaderamente apenado, pido disculpas a todos en la sala, en especial al doctor Acquapendente.  Al doctor Realdo Colombo quiero explicarle que cuando leí sus observaciones sobre la circulación pulmonar ya había llegado yo a la misma conclusión, incluso la había confirmado objetivamente en algunos animales.  Cité en mi edición los trabajos del doctor Colombo, pero en vista de lo expuesto, no sentí obligación de darle mérito prístino.

-En cuanto al caso del doctor Andrés Cesalpino, es muy importante aclarar que: a pesar de que su libro se editó setenta y cuatro años antes que el mío, fue publicado en Italia y no tuvo la promoción adecuada.  La reimpresión veneciana de esa obra no la conocí cuando estuve en Padua.  Cuando la leí por primera vez, ya había terminado mi Excercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus, que vio la luz en mi seiscientos veintiocho, en Francfort.  Si bien, posteriormente me enteré de que muchos de mis descubrimientos ya habían sido revelados, no fue factible informarlo así después de que apareció mi publicación.  Me cabe el mérito de haber hecho la primera correlación objetiva entre las observaciones sobre la mecánica de la circulación y la realidad anatómica de hombre.  Ante este foro pido perdón por los errores que haya cometido al no reconocer los derechos de autoría que mis colegas reclaman.

Fue un error involuntario.  Aceptaré el fallo de esta sala y espero que nuestro invitado doctor Alvarado logre, con su informe posterior, dar los méritos que a cada cual corresponda en esto del descubrimiento de la fisiología y de la mecánica circulatoria.  Es mi deseo que para el nuevo milenio se corrija, si es que existió, el error que ha perturbado Intranquilidad de mis colegas durante más de tres siglos.

Hubo un silencio fantasmal (muy apropiado para el momento) cuando Vesalio llamó a deliberación a los doctores Servet y Colombo; finalmente, con voz serena y firme, Andrés Vesalio se dirigió a todos con la resolución que transcribo íntegra:

-Oídas las partes en conflicto y valoradas cuidadosamente las pruebas presentadas, esta audiencia declara hoy, aquí:

"Que el doctor William Harvey actuó con ligereza al no mencionar que su libro sobre la circulación sanguínea resumía un buen número de descubrimientos realizados por varios de sus colegas: verbi gratia, los de Fabrizi D'Acquapendente, Miguel Servet, Realdo Colombo y Andrés Cesalpino.  Especialmente, este jurado considera que el doctor Cesalpino tuvo una más destacada influencia en el descubrimiento de la circulación sanguínea que el mismo médico inglés, y que es de justicia que comparta los máximos honores que, por ese hecho, la historia ha brindado al doctor William Harvey.

En el caso del colega Fabrizio D'Acquapendente, esta audiencia, por medio de su presidente, se ve en la penosa situación de acusar de plagio al doctor William Harvey por haber olvidado mencionar que el dibujo que se publicó en su libro es exactamente el mismo que apareció, veinticinco años antes, en el libro del doctor Acquapendente.

Esta presidencia da por terminada la reunión.

-En lo personal -prosiguió Vesalio- agradezco a todos su asistencia.  Les deseo un feliz retorno a su morada celestial.  Espero que nuestro invitado, doctor Rodolfo Alvarado, sea capaz de convencer a sus colegas de las verdades aquí expuestas.  Que se corrija en el nuevo milenio el gran error que durante cuatro siglos ha perjudicado a tantos ilustres galenos.
-Se levanta la sesión.

Todavía en mis oídos vibraran las últimas palabras de Vesalio, cuando me di cuenta de la oscura soledad que me rodeaba: mis compañeros en el juicio se habían desvanecido.

Como un autómata me puse en pie. A paso lento fui hacia la puerta del auditorio al tiempo que entre las sombras buscaba a los que minutos antes me abrumaron con su presencia etérea.

No tenía duda de estar despierto, pero la razón me obligaba a considerar un sueño todo lo que minutos antes había vivido.

Salí del hospitald espués de haber saludado a todos los guardas nocturnos. Los comprometía así como testigos de mi estadía en las premisas esa noche memorable. Sin embargo, nada de eso podía atestiguar la presencia fantasmagórica de mis colegas del pasado.

No fue sino meses más tarde cuando pude verificar en idóneos libros de la historia de la medicina, la veracidad de cada una de las ponencias presentadas en el juicio del milenio. Vivé entonces, una vez más, la espantosa experiencia de confirmar que no estaba soñando cuando estreché, en señal de saludo, la mano de cada uno de mis colegas del siglo XVI.

(Nota: este documento fue presentado al comité de ética médica del Colegio de Médicos y Cirujanos para su estudio, el 15 de mayo del año dos mil. A la fecha no ha recibido respuesta).

R. Alvarado, diciembre 26, 1999